Ya que el año nuevo está próximo debemos reflexionar sobre diversos aspectos de nuestro pasado…
Por qué no recordar cuando éramos pequeños y nos alegraba cuando llegaban las tradicionales posadas, pues tendríamos la posibilidad de que durante nueve noches nos tocaría una bolsita llena de dulces y cacahuates a la que solemos llamar aguinaldo, o tendríamos la oportunidad de quebrar la piñata y lanzarnos a la “bola” para tomar algunos dulces o algo de la colación que albergaba esa artesanía navideña; o también dirigir nuestros recuerdos hacia cuando esperábamos durante un año entero que llegaran Santa Claus o el Niño Dios (según sea la costumbre del 25 de diciembre) y los Tres Reyes Magos el 6 de enero para recibir los regalos que habíamos pedido por una carta que dejábamos en el zapato, en el árbol de navidad o que mandábamos a los cielos en un globo inflado con helio. Rememorar cuando éramos esas lucecitas que encendían las cenas de Nochebuena o de Año Nuevo. Evocar cuando queríamos que al partir la Rosca de Reyes nos saliera un muñequito que hacia que nuestros padres desembolsaran una buena cantidad de dinero para compraran tamales el 2 de febrero. Repasar cuando veíamos con alegría la cercanía del Día de Muertos, pues en esta fecha pondríamos junto con nuestros abuelos o nuestros padres la Ofrenda para los Santos Difuntos y después nos tocaría algo de ese manjar que era colocado en el altar. Acordarse de los días en que se celebran nuestros cumpleaños y de las fiestas (grandes o pequeñas, modestas o impresionantes) que nuestros seres queridos nos organizaban para halagarnos y hacernos sentir bien. Porque todas estas tradiciones son las que hacen que los humanos seamos mejores personas…
Hacer memoria cuando en la escuela nos elegían para participar en una ceremonia y, por más rápida que fuera nuestra participación, nos sentíamos felices de haber salido de algo y de que toda la escuela nos hubiese puesto algo de atención y en esos momentos éramos las personas más importantes del mundo; o cuando íbamos a la escuela más que para estudiar, pues… más bien para socializar con los amigos y nos hundíamos en esas platicas y juegos interminables y llenos de gozo. Traer a la mente esos 14 de febrero, en el caso de los hombres, cuando hacíamos hasta lo imposible por conseguir dinero para invitar a la muchacha que nos gustaba a alguna parte o para comprarle algo que la halagarla y así declarárnosle (aunque nos hubiese dicho que no…) y, en el caso de las mujeres, revivir esos momentos cuando un muchacho mandaba a uno de sus achichincles (amigos) para citarla en alguna parte de la escuela o cuando un joven se les acercaba y les regalaba algún presente y se les declaraba (aunque le dijeran que no… el halago es grandiosamente satisfactorio…). Recordar cuando nos sentíamos felices de ver a nuestros padres, abuelos, hermanos, amigos o cualquier otro familiar o conocido. Evocar esa felicidad que nos hacía sentir algo tan simple como lo es un dulce. Pensar en los momentos cuando nos sentíamos emocionadísimos por ir al circo o al cine o a la feria. Todos estos recuerdos de la niñez y la juventud (que si no se tuvo todos éstos, por lo menos, sí alguno debimos haber vivido) nos hacen ver lo que en verdad vale la vida, nuestra vida; y que bien o mal, la estamos desgastando y desperdiciando en el estrés del trabajo, del tráfico, de los problemas económicos, de vicios (tabaquismo, alcoholismo, drogadicción…), entre otras muchas situaciones complicadas… ¿Por qué no ver la vida más fácil como cuando éramos niños o jóvenes? ¿Por qué no alegrarnos de los problemas, puesto que los problemas son un regalo para aprender y madurar? ¿Por qué no pensar con seriedad que la vida es el juego más divertido que se ha tenido y que de este juego podemos sacar el mayor provecho posible para beneficio nuestro y de los demás, consiguiendo nuestros objetivos y ayudando a otros para que consigan los suyos? ¿Por qué en lugar de querernos suicidar por pequeñeces, mejor decidimos afrontar las malas épocas de la vida que en algún momento se transformarán en buenos, excelentes? ¿Por qué en lugar de quejarnos de nuestras malas rachas y de las del planeta, no hacemos algo para cambiarlas? Porque como dijo el gran Gandhi: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”… y, en verdad, nosotros somos los únicos que podemos cambiar nuestra forma de ser, nuestros futuro y, a veces, el de la gente que nos rodea, y hasta de uno que otro desconocido… obviamente todo con un poco de fe en el poder superior en que creamos… porque de que existe alguien que rige el mundo, existe… y los que piensen que no se ha comprobado que existe, yo les digo que tampoco se ha comprobado que no existe…
Estas reflexiones son un pequeño regalo de Año Nuevo, espero de corazón que las tomen en serio, por que los únicos que se beneficiarán serán ustedes…